Una vez más, cuando llegan estas fechas finales de curso, es el momento de despedidas. Profesores que nos dejan para disfrutar de su bien merecida jubilación y alumnos que acaban su último curso en el centro.
Algunos de estos profesores nos dejan sus palabras en la edición anual de la revista El Espejo (que publicaremos también en este espacio). En ella también otros han sido "retratados" por compañeros nuestros. Alguno, que nos dejó durante el curso, no tuvo ocasión de plasmar en el papel sus impresiones, así que aprovechamos este momento para que un compañero suyo nos deje su semblanza:
Para servir a un amigo

Mariano tiene su queridísima tierra natal un
poquico al este del Moncayo, y la hombría de bien que todos admiramos en él es
congénita. Muy inteligente y muy trabajador, socarrón cariñoso, tímido y, como
cantaba Labordeta, “suave como la arcilla y duro del roquedal”. Bajada de
internet la letra completa de aquella canción, voy a recordar y a echarle aquí cuatro
de sus versos, aunque no sea capaz de transmitir el sentimiento con que él sabría declamarlos para sus adentros:
Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.
Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.
Hemos
perdido compañeros,
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.
Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar
tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.
Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.
Hemos
perdido compañeros,
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.
Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar
tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.
Que vaya también, en este Espejo, en honor y
memoria de los (nuestros) nombres
perdidos.
Muchas felicidades, Mariano, de parte de
todos. Enhorabuena por tu jubilación, e infinitas y eternas gracias por tu
amistad. Un fuerte abrazo.
Tras un curso lleno de actividades, la Revista digital Espejo se toma un tiempo para volver en septiembre. Mientras, los profes de Matemáticas nos proponen algunos ejercicios para que la mente trabaje un poco durante este tiempo estival.
Oxford, la noche de fin de año de 1880. Antes de la cena, la tía Clara se dirige a sus tres sobrinos, a quienes tiene ya sentados a la mesa y por cierto bastante separados uno de otro. Frente a cada uno de ellos, en lugar de los platos, copa y cubiertos que se esperarían, ha dispuesto dos cuartillas en blanco, tintero, lápiz y pluma. Mientras habla, ella también sentada, juega distraidamente con tres montoncillos de monedas de oro.
“Queridos, me siento muy feliz porque uno de vosotros ha cumplido este año su mayoría de edad. La primera vez que celebramos esta solemne reunión anual y establecí la costumbre de entregarle a cada uno de vosotros tantas guineas de oro como años llevase cumplidos, fue una ocasión memorable, porque resultaba que la suma de las edades de dos de vosotros igualaba la edad del tercero. No pasaron muchos años hasta que nuestra reunión tuviera lugar en otra ocasión memorable, porque entonces la suma de las edades de dos de vosotros era igual al doble de la edad del tercero. Hoy vuelve a ser de nuevo una ocasión memorable: el número de los años que han transcurrido desde aquella primera vez que os convoqué es exactamente igual a los dos tercios del número total de guineas que repartí entonces entre vosotros tres. ¡Ah!, mis queridos sobrinos, pero si este año queréis conseguir vuestra acostumbrada paga anual, antes de cenar vais a tener que calcular vuestras edades a partir de los datos que os he dicho.”
“Pero, tía Clara, si nosotros ya sabemos cuáles son nuestras edades”, —se aventuró a observar Alex.
“Lo supongo, querido, pero me parece que no me has escuchado con suficiente atención. Para darme tu respuesta, por escrito y a tinta, no puedes usar nada más que lo que me has oido. Y no necesito que me digas el nombre del que ha cumplido cada edad.”