Ha sido duro este curso y sí, ya sé que todos los cursos lo
son, pero este ha sido especialmente duro. La pandemia ha hecho saltar
por los aires normas, ritmos, y procedimientos impuestos desde nuestra sabia
administración, todos ellos sustituidos por unos protocolos de seguridad aún
más intrincados y draconianos. Necesidad obliga, dicen. Y, por supuesto, el
alumnado ha sido el principal perjudicado. Lógico. Aparte de que nuestras
chicas y chicos no tienen edad de votar, sus intereses, de acuerdo con la erudita
opinión de nuestros sesudos tertulianos, giran en torno a la fatídica tríada
móvil-redes-botellón, por lo que su opinión de poco vale. Y la nave va,
como en aquella ya olvidada película de Fellini.
Mientras tanto, las circunstancias extraescolares nos forzaron
a adaptar, cuando no a postergar, salidas y actividades de todo tipo, dando
lugar a una singular paradoja. Si bien en un curso ordinario todo aquello que
se salga de la normalidad auspiciada por la programación académica es cuanto
menos una molestia, en este, tan extraordinario, las interrupciones en la
rutina han resultado una auténtica bocanada de aire fresco. Cualquier cosa que
hiciera olvidar la cotidianidad vírica resultaba de agradecer, tanto por los
discentes como por los propios docentes: porque dedicar un día a hacer algo
diferente tampoco nos sienta mal.
Con estas impresiones en la sesera, y buscando la inefable
conexión con lo que estábamos dando en la asignatura de Geografía e Historia,
planteé hacer una visita didáctica al barrio de Varea para conocer los restos
de su pasado romano. Seguramente no parecerá un destino muy exótico, pero, dado
que nos encontrábamos entonces en una situación de confinamiento perimetral, suponía llevar todas las posibilidades al límite.
Así que, venciendo los temores y con ganas de aprender y, por
qué no decirlo, pasarlo bien, allí que nos dirigimos un 21 de noviembre los grupos de 2º A y C de ESO -una alegre y abigarrada pandilla de
37 chicas y chicos-, las profesoras Nora Frías y Gloria Mazo, que amablemente colaboraron
con la actividad sacrificando horas de clase, y el juntaletras que suscribe. El
magnífico día otoñal que hizo nos permitió aprovechar los parques de la Ribera
y del Iregua, a la par que hacer un poco de ejercicio con un saludable paseo.
Fundada en el primer siglo de nuestra era, Vareia pasó de ser
en origen un campamento militar a convertirse en un enclave residencial. Mecida
por las aguas del Ebro y del Iregua, la población fue un importante nudo de comunicaciones
gracias a ambos y al paso de un destacado tramo de calzada romana. Nuestro
primer destino fueron los restos de domus que alberga el CEIP Varia, ocasión
que alguna y alguno aprovecharon para saludar a sus antiguos maestros. Desde allí,
y con la guía indispensable de Andrés, Mireia y otros vareyenses que nos
acompañaban, nos acercamos a ver los restos del acueducto que resume la
importancia milenaria de las huertas de Varea.
Después de algunas explicaciones, tal vez demasiado aburridas
y largas, aprovechamos el resto de la jornada para recordar lo bien que se está
al aire libre y en buena compañía. Y como dice el clásico, fuese y no pasó
nada, salvo muchas fotos y un bonito recuerdo.