Y así fue, en marzo los recibimos
frente a nuestro instituto, emocionados por la idea de volver a
encontrarnos. Los días siguientes asistimos a clase mientras
nuestros compañeros hacían turismo por Logroño. Viajamos a Bilbao
y paseamos por sus monumentos más notables, al igual que en
Pamplona; además, quedamos casi todas las tardes para ir de compras,
una de sus actividades favoritas, o simplemente pasar un buen rato.
Pese a la lluvia y el frío, pasamos unos días geniales y muy
divertidos. El tiempo pasó volando y antes de que pudiéramos darnos
cuenta llegó la hora de despedirse definitivamente. Al día
siguiente del emotivo acto en el Sagasta, temprano, llegó el momento
de los abrazos y los adioses, o quizás hasta prontos, al fin y al
cabo creamos importantes lazos de amistad. Por último vimos su
autobús alejarse, mientras las nubes desaparecían y el día se
volvía soleado.
Fue una bonita experiencia, tanto
para los que no habíamos hecho un intercambio jamás, como para los
que ya lo habían hecho, que sirvió para conocer otra cultura,
mejorar nuestro alemán, y sobre todo, para hacer nuevos amigos.
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