RELATO BACHILLER: HISTORIA DE UN PINTALABIOS
Las
gotas de lluvia chocaban contra aquella ventana del aeropuerto.
Bailaban con el viento creando un cuadro abstracto en los cristales,
dibujando trayectorias.
No
serían más de las ocho de la mañana pero un pequeño rayo de sol
traspasaba las nubes filtrándose de lleno en estas cuatro paredes que
componían el baño de señoras de la terminal B.
La luz creaba sombras que proyectadas contra el suelo, formaban una obra en directo de todo lo que pasaba en el exterior.
En
la parte derecha del cuarto de baño había tres puertas de madera
arcaica y deslucida en las que su aspecto mostraba la vejez del
aeropuerto o la falta de interés de los responsables de sus
instalaciones. En un par de metros cuadrados, detrás de esas puertas, se
encontraban los retretes, aparentemente limpios.
Justo
enfrente de ellos estaban los lavabos con un espejo muy espacioso
disfrazando el gran número de manchas provocadas por la humedad que se
escondían en la pared.
Y
precisamente ahí, entre un paquete de pañuelos vacío y algunas gotas de
agua se encontraba un pintalabios rojo nº42 que nadie había visto aún.
Un pintalabios olvidado por casualidad en aquel baño un día cualquiera
de octubre antes de coger un avión.
El
sonido de las maletas y las bocinas de los coches aumentaban conforme
iban pasando los minutos. Empezaban a anunciarse los comunicados por
megafonía informando de las alteraciones que estaban sufriendo los
aviones que despegaban a primera hora.
La
puerta se abrió súbitamente y una mujer que rondaba los 40 años de edad
se aproximo llorando hasta el espejo. La índole de su vestimenta dejaba
ver que había tenido que hacer un gran esfuerzo para conseguir ese
billete de avión que custodiaba el bolsillo trasero de sus vaqueros
rotos.
Humedeció
sus manos, abriendo delicadamente el grifo y se refrescó la cara
intentando disipar todos los pensamientos que no le dejaban pensar con
claridad.
“Empezaré de cero en otro sitio.”-.dijo aquella licenciada en Ciencias Medioambientales tratando de convencerse.
El
momento en el que a las personas se les cataloga como desahuciados en
paro al quedarse sin trabajo y no poder pagar así, sus deudas se
convierten en cargas
para la sociedad y se ven obligadas a sobrevivir a su manera. Muchos de
ellos lo hacen dejando atrás todo lo que tienen para empezar de nuevo
en un país con un crecimiento económico trascendente.
Levantó
la mirada observándose en el espejo y no le sorprendieron las ojeras ni
las dos arrugas de más que habían nacido en la parte superior de sus
pómulos.
El
color rojizo del pintalabios llamó su atención. Lo observó atentamente y
lo cogió aproximándolo a su boca. Miró detrás de las tres puertas
situadas en la parte derecha del cuarto de baño pero estaba vacío.
Ella
nunca se maquillaba, no tenía a nadie por quien hacerlo y carecía del
dinero suficiente para darse esos caprichos. Se tenía que limitar a
ducharse una vez por semana en el albergue de su barrio y eso gracias a
que aún contaba con un par de amigos que le facilitaban una escasa suma
de dinero al mes para subsistir .Con un poco de suerte había logrado
conseguir un billete de avión a Leipzig, Alemania.
Se
había visto obligada a huir al extranjero ya que sus condiciones de
vida aquí eran pésimas y no quería depender del dinero de nadie.
Aquella
mujer había estudiado en una famosa universidad de Madrid, algo que le
había ayudado a conservar su puesto de trabajo hasta los últimos 249
días.
Envió
su currículo a numerosas empresas y laboratorios pero tenían candidatos
mucho más jóvenes que ella, un dato que no dudaban en mencionar los
encargados de las entrevistas.
Sujetó
el pintalabios con la mano derecha y pintó sus labios con un color
brillante, mostrando un semblante mucho más joven del habitual. Se miró
al espejo y por una vez en mucho tiempo se sintió viva. Se visualizó
antes de que empezara todo su sufrimiento: sin someterse a la
competitividad implantada por los gobiernos y con ganas de salir
adelante.
Se
miró y sin terminar de reconocerse reconsideró si montarse en ese avión
seguía siendo buena idea, ya no tan segura de ello. Reflexionó sobre
todo lo que dejaba aquí. Iba a abandonar su vida para crear un nuevo
personaje en otro lugar.
Ella
siempre había soñado con vivir en España, y ahora estaba a punto de
subirse a un avión para ir a un país del que lo desconocía prácticamente
todo.
Un
movimiento involuntario le hizo agarrar el billete y, tras no pensarlo
ni un segundo, lo empapó con agua dejándolo inservible. No estaba
segura de si había sido buena idea pero se sentía bien. Tras una última
sonrisa al espejo salió del baño haciendo una bola con el papel arrugado
del billete que tiraría poco después en la papelera colocada justo
enfrente de su antigua empresa.
Los
minutos pasaban lentamente en aquel baño. Había dejado de llover y las
nubes daban paso a un sol brillante y caluroso. Las motas de polvo
flotaban por el aire con total tranquilidad rebotando contra las paredes
e impulsándose mucho más arriba.
La
puerta se abrió torpemente y una pareja avanzó trastabillándose por el
cuarto de baño. Su única misión era llegar sanos y salvos a la pared
blanca del fondo. Se chocaron con la ventana dándose un golpe en la
cabeza. Ella levantó la mirada y sus ojos se centraron en ese pequeño
objeto rojo que alguien había olvidado en el lavabo.
Interrumpió
la sesión de besos y caricias apartándose de él mientras se acercaba
despacio al gran espejo que cubría la pared izquierda de la habitación.
Lo agarraba sorprendida con los dedos índice y pulgar girándolo nerviosa intentando averiguar a quien pertenecía.
Lo
observó y se rozó los labios con él dejando una leve mancha roja. Lo
sujetaba con más fuerza y agarrándolo mejor se estrelló el carmín en los
labios retocándolos de nuevo. Una vez había terminado abandonó el
pintalabios junto al espejo y se giró para mirarle a él. Se aproximó
lentamente y le consultó con una mirada. Él sonrió y entraron en uno de
los baños. Después de algunos intentos fallidos y otros suspiros
entrecortados lograron poner el pequeño cerrojo.
El pintalabios, más delator que confidente, sólo buscaba dejar su huella en todas las camisas masculinas.
Se
abrió la puerta y entró una chica alta y muy delgada vistiendo unos
tejanos azules y una camiseta rosa. Su rostro era frío y triste y su
velocidad al caminar no mostraba ningún signo de alegría. No se miró al
espejo y se encerró directamente en el baño del centro. Levantó la tapa y
se arrodilló en el suelo. Introdujo los dedos índice y corazón en su
boca empujándolos hacia la garganta hasta que acabó vomitando. Una vez
que hubo terminado, tiró de la cadena con un movimiento rutinario y
escapó de su escondite volviendo a la realidad.
Se
acercó al espejo sin atreverse a levantar la vista demasiado y se
refrescó la cara con agua. Vio de reojo un objeto llamativo y brillante
apoyado en el grifo y, tímidamente, lo atrapó en una mano ojeando su
color.
Logró atreverse a usarlo y mirando ligeramente al espejo repasó la silueta de sus labios con el carmín.
Observaba
su reflejo en el espejo pensando, por primera vez en mucho tiempo, que
podía llegar a gustarse. Esta chica sufría una gran distorsión de su
imagen corporal y podía llegar a sufrir graves consecuencias.
Estaba
tranquila. Inspiró pausadamente y fue recobrando una parte de la
seguridad que había perdido hace varios meses. Abandonó el pintalabios
justo junto al espejo, en el lugar donde lo había encontrado y salió del
baño, prometiendo ser la última vez que arriesgaba su propia salud para
conseguir ser como rigen los miles de estereotipos creados.
La puerta se cerró y con ella otra historia.
El
mundo está lleno de ellas y a su lado hay un montón de casualidades que
no somos capaces de ver pero que tienen el poder de cambiarnos
completamente nuestras vidas.
Elena Revilla
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